martes, 13 de octubre de 2009

Amor triunfante



1 comentario:

  1. Tengo un amigo en facebook. Se llama Jordi y es fotógrafo por vocación, que no de profesión. La fotografía la lleva dentro. En sus tiempos libres se dedica a recorrer Barcelona con su cámara y captar puntos de vista de la ciudad que no salen en las postales o en las crónicas ciudadanas de los periódicos El otro día me enseñó sus últimas fotografías a través de su blog. Me llamó la atención una en la que se veía una cesta de mimbre en el manillar de una bicicleta de paseo y dentro de la cual había un libro. No se podía distinguir el título del libro, pero supuse que se trataba de uno de esos manuales de autoayuda y crecimiento personal, ya que un enorme “YO” era la única palabra que se podía leer. A mí, que me gusta tanto la lectura como los pedales, la fotografía me pareció una perfecta simbiosis de mis dos principales aficiones.
    Y no me costó nada empezar a imaginarme practicando una nueva modalidad de ciclismo: el ciclismo terapéutico. O sea, el físico ocupado en los pedales y la psique centrada en los principios básicos para aumentar tu autoestima y confianza. Mente y cuerpo ocupados en un mismo acto. Perfecto.
    El otro día empecé a practicar. Lo primero era dominar esa singular técnica de ir sin manos sobre la bicicleta para poder sostener el libro. Siempre me había fijado en los ciclistas del Tour de France o de la Vuelta a España cuando sueltan el manillar para subirse la cremallera del mallot, ponerse periódicos en el pecho o dar cuenta del frugal avituallamiento. Y viéndolos, pensé que era pan comido. Sin más empecé a practicar. Pronto me di cuenta de que no había manera: no conseguía mantener la verticalidad. Incluso me jugué el tipo en varias ocasiones. Eso no era normal. No se requiere ninguna habilidad especial y yo tampoco era tan patoso. Un poco desequilibrado sí que estaba, pero eso nada tenía que ver. Uno suelta las manos, extiende los brazos hacia delante sosteniendo el libro y la rueda delantera sigue su trayectoria recta e imperturbable. Eso sí, de vez en cuando conviene echar una miradilla por encima del libro, no vaya a ser que te lleves a alguien por delante. Hay quien sabe además tomar curvas. Pero yo no. No señor, yo no era capaz de ir recto más de tres segundos. Extrañado, le eché la culpa a la bicicleta. La llevé a un taller para que la revisaran.
    – Esta bicicleta está desequilibrada – me dijo el técnico.

    Estuve a punto de decirle que como yo. Pero me callé. El hombre era argentino y parecía saber tanto de bicicletas como de patologías psíquicas. Yo tenía prisa.

    – ¿Y qué podemos hacer?

    El hombre me miro de arriba abajo. Sopesó su respuesta.

    – Mala solución tiene. Te diría de cambiar el eje de la dirección. Pero esa no sería la solución.

    – ¿....?

    – Está claro, amigo, con el uso el eje ha dado de sí y tiene tendencia a tirar hacia un lado. Eso no hay quien lo cambie. Pero mira por ser tú, dejame la bici acá y sho hablaré con ella a ver si la enderezo.

    Y le dejé la bicicleta. Por si acaso, me compré el libro que estaba en la foto de mi amigo Jordi y ahí estoy, leyéndolo en el sofá de casa. A ver si me enderezo yo también.

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